En la calle


La calle, en cierto modo, nos pertenece a todos, pero eso no significa que aún estando en un espacio abierto, sin límites, podamos hacer todo lo que se nos antoje, ya que puede ir en perjuicio de la propia calle o del resto de personas que transitan por ellas.
Al salir de casa nos encontramos con todo un mundo cambiante -peatones, vehículos, comercios, parques, semáforos...- que formarán parte de la ruta escogida, y en cada paso, surgirán distintas oportunidades donde poner en práctica nuestra educación.
No debemos ensuciar la vía pública con papeles, colillas, desechos en general, si no lo hacemos en casa, en la calle tampoco.
En ciertos países occidentales es socialmente inadmisible tirar desperdicios en el suelo, allí la mentalidad de cuidado y protección del medio ambiente ha calado hondo en sus habitantes. Aquí, poco a poco.
Al caminar, debemos de hacerlo de manera que no entorpezcamos el paso del resto de viandantes ni vayamos arrollando a los demás.
La regla de oro de la urbanidad es la amabilidad. En función de esta regla, debemos de ser amables con la gente, con los desconocidos que nos soliciten ayuda, información puntual, etc.
En muchas ocasiones, las teorías sociales hablan de deshumanización. Si alguien necesita nuestra ayuda no lo dude, ni convierta su acción en la buena acción del día, es de alguna manera nuestro deber, al menos si queremos demostrar buenas maneras y humanismo.
En la vía pública, el respeto será mayor si cabe por los ancianos y niños, también mostraremos una empatía especial hacia los disminuidos físicos

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